Descubrimiento de una perspectiva personal ante el concepto de éxito
La vida en la televisora
Casi nadie permanece en pie en la emisora donde trabajo, un ambiente que a veces parece más un lugar desolado que un espacio laboral. La mayoría ha sido despedido, expulsado, enviado a casa. Solo unos pocos quedamos para recordar a quienes ya no están. Es raro ver a alguien caminar por los pasillos vacíos del canal, con una expresión de tristeza en el rostro, como si temiera por su futuro. Cada viernes nos enteramos de los despidos sin miramientos de esa semana.
Me pregunto cuándo llegará mi turno. Llevo dieciocho años trabajando en esta cadena de televisión, aunque sé que mi tiempo aquí está contado. Desde hace dos años, ya no tengo un contrato vigente. Seré despedido en cualquier momento, sin recibir una compensación económica que alivie mi tristeza. Cada mes me pregunto si llegarán los pagos reducidos de mis honorarios. A veces tardan una semana, a veces dos, pero al final el dinero aparece en mi buzón. Recibirlo puede ser el mejor momento del mes, siento que se me ha concedido un mes más en la televisión tradicional, a la antigua.
Los cambios en la industria televisiva
Fui contratado en un momento en que la televisión no atravesaba la crisis terminal que enfrenta ahora. En aquel entonces, podía ganar un buen salario como periodista de televisión. Grandes anunciantes pagaban por espacios publicitarios de medio minuto o un minuto en los cortes comerciales. Veíamos desfilar a concesionarios de automóviles, bancos, cadenas de comida rápida, aseguradoras, clínicas para adultos mayores e incluso propaganda política en tiempos de elecciones. La cadena que me contrató era entonces un gran centro de negocios. Me pagaban bien. Mi programa tuvo tanto éxito que al año siguiente me duplicaron el sueldo y me regalaron un automóvil nuevo. El dueño me invitó a su casa y al finalizar la comida me entregó las llaves diciendo “este auto azul es tuyo”.
Esos tiempos de gloria y prosperidad han cambiado radicalmente. Casi nadie quiere anunciarse en el canal donde trabajo. Las marcas poderosas han migrado a las redes sociales. Ahora gano una fracción de lo que ganaba cuando me consideraba exitoso. Ahora entiendo que mi éxito se desvanece, soy apenas un sobreviviente en un naufragio, el soldado herido que ha visto caer a la mayoría de sus compañeros, el orador que habla en un estudio vacío, ante un público ausente, imaginando que quizás algunos lo ven desde sus hogares, lo que quizás sea solo una ilusión.
La nueva realidad en la televisión
Antes, mi programa era seguido por decenas o cientos de personas en el estudio en vivo. Ahora nadie viene. Con la llegada de la pandemia, se prohibió la entrada de público a la emisora y todo cambió. Antes tenía productores y asistentes. Ahora debo desempeñar esos roles por mí mismo. Antes alguien me servía café. Ahora lo hago por mí mismo. Antes iba al camerino donde me maquillaba una persona. Ahora soy mi propio maquillador. Antes contábamos con guardias de seguridad. Ahora debo salir sin protección y ocasionalmente me encuentro con un hombre haciendo ofertas de servicios de seguridad, mencionando que podría estar allí para protegerme, solo ¿por si acaso? Nadie más lo haría.
El resurgir en medio de la adversidad
Afortunadamente, hace un poco más de un año creé mi propio canal de televisión desde casa, que se transmite a través de las redes sociales a nivel mundial, cuando los espectadores así lo deseen. Este proyecto ha tenido un éxito inesperado. Grabo un breve segmento todas las tardes en mi sala y a veces logro reunir a un millón o dos millones de espectadores, una situación que carece de una explicación lógica. Este nuevo camino me ha hecho sentir nuevamente querido por el público. Aunque los datos de audiencia de la televisión abierta me desanimen, los números de mi canal casero me llenan de energía.