Cómo superé el estigma de la infidelidad sin que me definiera
Descubriendo mi camino tras la infidelidad
A los 26 años, me uní en matrimonio con un hombre igualmente enamorado. Nuestro inicio fue como en las historias de amor más grandes, formando juntos parte de un proyecto familiar.
Con el tiempo, llegaron al mundo nuestras dos hijas, nuestra luz. Aunque ambos trabajábamos, la obsesión de mi esposo por el trabajo me llevó a sentirme cada vez más sola. Mis viajes laborales semanales me llevaron a conocer a alguien que, profesionalmente, ejercía un gran impacto en mí. La conexión con esta persona fue intensa, sembrando en nosotros un secreto compartido tanto hermoso como doloroso.
Mi nivel de estrés se elevaba, ya que debía mantener el equilibrio entre aquella relación clandestina y mi matrimonio. Además, una herida emocional previa me llevó a obsesionarme con esta nueva persona. La inmadurez y la atracción juvenil me guiaron hacia una relación que duró algunos meses.
Descubriendo nuevos caminos inesperados
Dos años después de aquella experiencia, mi esposo descubrió la verdad al revisar mi computadora. A pesar del dolor inicial, decidió perdonarme. Sin embargo, con el tiempo, el perdón se transformó en críticas constantes y desconfianza por su parte, lo cual entiendo debido a la magnitud de mi deslealtad.
Inicié un proceso terapéutico que me ayudó a encontrar la fuerza para separarme, criando sola a nuestras tres hijas. A pesar de creer que había perdonado y superado aquel episodio, los comentarios maliciosos siempre recordaban mi infidelidad, reforzando el estigma que rodea a las mujeres en esta situación.
Empecé una nueva relación que se tornó tóxica al utilizar mi pasado como arma de ataque. Ambos nos sumergimos en un ciclo de dependencia y culpa. Reflexionando sobre ello, me di cuenta de mi tendencia a conectar con personas narcisistas, quizás como forma de autopenalización.
Hace dos años y medio conocí a alguien que creí sería mi última historia de amor. Con él, experimenté una sensación de paz y calma sinceras. Sin embargo, los celos y la inseguridad crecieron a medida que mi pasado salió a la luz, convirtiéndose en motivo recurrente de discusiones
Decidimos finalmente no casarnos, y aunque intenté lo mejor en esa relación, la falta de confianza y la inseguridad se interponían constantemente. La necesidad de defenderme ante cada acusación por mi época de infidelidad se hacía agobiante.
Explorando nuevas perspectivas
Tras poner fin a esa relación, mi ex esposo también pasaba por un proceso de separación. En una conversación sincera, logramos sanar ciertas heridas emocionales. Este encuentro me brindó una sensación de alivio y me motivó a buscar la cura para mis heridas internas.
Es evidente que la sociedad sigue siendo dura con las mujeres que han sido infieles, aunque se autoproclame feminista. Estigmatizadas y marcadas, la sociedad tiende a ser implacable. Mis dos relaciones post-matrimoniales se vieron afectadas por este estigma.
Aceptando mis sombras e integrándolas, he iniciado un camino de sanación. Mi ex esposo, a pesar del dolor sufrido, ha sido una pieza clave en este proceso de reconciliación. Reconoce mi esencia como madre, aquello que verdaderamente me define.
La vida nos sorprende con giros inesperados, recordándonos que el presente es lo que realmente importa. Aceptar, comprenderse y perdonarse a uno mismo es el primer paso para liberarse de las ataduras del pasado.
Porque el amor verdadero no se construye sobre los errores pasados sino en el aquí y el ahora. Aprendí que el amor auténtico no juzga ni utiliza los errores como herramienta de ataque. Es un proceso de entrega mutua y aceptación.