Daniel Matamala sobre Venezuela y el comunismo
“El pueblo perdió la confianza del gobierno, y sólo con esfuerzos significativos podrá recuperarla. Pero, ¿no sería más fácil para el gobierno disolver al pueblo y escoger a otro?” Estas palabras fueron escritas en 1953 por el dramaturgo Bertolt Brecht, un comunista no militante que observaba con preocupación la represión del gobierno “popular” de Alemania Oriental contra aquellos a quienes decía representar.
Siete décadas después, el dictador de Caracas ha decidido eliminar al pueblo que votó para destituirlo, y seleccionar a otro, creando un recuento ficticio; un país de ilusión donde supuestas masas chavistas lo han aclamado para seguir en el poder hasta el 2031.
Esto es un paso más en la ola dictatorial que ha incluido despojar de poder al Congreso opositor, desmantelar las instituciones judiciales y de control, arrestar a opositores, crímenes a cargo de paramilitares anónimos y violaciones sistemáticas a los derechos humanos reportadas por la ONU.
El fraude se ha llevado a cabo con una torpeza ridícula. El Consejo Nacional Electoral, controlado por el régimen, proclamó a Maduro en menos de 24 horas, manteniendo en secreto las actas de escrutinio y sin proporcionar datos por municipios ni regiones.
Las cifras de los votos del primer “cómputo” del régimen son tan precisas, que la probabilidad de que un resultado así ocurra en la realidad es de cerca de una en 100 millones: 51,20000% para Maduro, 44,20000% para el opositor Edmundo González, y 4,60000% para “otros”.
Un Fraude Evidente
Es menos probable que ganar el Loto. Todo parece indicar que algún burócrata con poca capacidad intelectual calculó el número de votos a partir de un porcentaje predefinido, en un acto involuntario de teatro del absurdo.
Mientras las actas de escrutinio rescatadas por la oposición muestran retazos de la realidad, un régimen corrupto y envilecido disuelve a un pueblo problemático y lo reemplaza por otro, tan complaciente como ficticio.
Maduro vive en una realidad paralela, acusando que los problemas en el recuento se deben a un hackeo informático, a una operación orquestada desde Macedonia del Norte, y a un intento de golpe de Estado.
Realidades Paralelas
Un conjunto de mentiras y represión imposible de creer. Pero algunos obstinadamente se empeñan en creerlo (o en hacer como que lo creen).
Desde Caracas, la excandidata a gobernadora metropolitana Karina Oliva publicó, como “prueba irrefutable” del resultado, una gráfica de la televisión oficialista en que los candidatos sumaban el 109,2% de los votos.
Un grupo de “observadores” chilenos invitados por el régimen concluyó que el resultado “cumplió con altos estándares de transparencia, fiscalización y auditabilidad”, y que la reelección de Maduro era “la voluntad de los venezolanos, claramente aceptada en las urnas”. Entre los firmantes están el diputado Boris Barrera y el excandidato presidencial Eduardo Artés.
En Santiago, el presidente del PC, Lautaro Carmona, explicó que su reconocimiento al triunfo de Maduro “es obvio”. “No tengo otra opción, al igual que nadie más, que no sea asumir los resultados entregados por su institucionalidad”, afirmó.
El PC Chileno y la Lealtad Inquebrantable
En los tiempos de la Vieja República se solía decir que cuando llovía en Moscú, en Chile los comunistas salían a la calle con paraguas. Era una broma sobre la extrema disciplina con que el PC chileno seguía los dictados de la nave madre, sin importar cuántas piruetas retóricas esto implicara.
“El Partido Comunista rara vez se ha equivocado en política exterior”, dijo esta semana, en relación con los eventos en Venezuela, el economista Manuel Riesco. “En todas las coyunturas, incluso las más complejas, ha apoyado con claridad, decisión y amplitud las mejores causas de la humanidad a lo largo de un siglo”.
Entre esas “mejores causas” se cuenta la tiranía estalinista. “Hay que aprender de Stalin /su intensidad serena, /su claridad concreta”, escribió Neruda en su Oda a Stalin.
También el Muro de Berlín y la represión soviética de la Primavera de Praga, en 1968, hitos que hicieron a gran parte de la izquierda europea y latinoamericana cuestionar a Moscú.
Pero no el PC chileno. Y tras la caída de la URSS, ha continuado mostrando una lealtad caricaturesca a otras dictaduras. En 2011 enviaron condolencias por la muerte del sátrapa norcoreano, el “compañero Kim Jong Il”, manifestando deseos por la continuidad de su “lucha por la construcción de una próspera sociedad socialista”, una que fue refrendada en las últimas elecciones de Corea del Norte por el 100% de los votantes, con un 99,99% de participación.
Una Lealtad Inquebrantable
Bueno, como ya aprendimos, “no hay otra opción” que aceptar “los resultados entregados por su institucionalidad” (a propósito de absurdos, el propio Riesco publicó en 2021 que “nada me contenta más que el avance Talibán reconquistando su propio país”).
La cúpula del PC chileno ha mantenido su incansable lealtad hacia La Habana, aun cuando los revolucionarios jóvenes de verde oliva se hayan convertido en ancianos sátrapas. Y a Caracas, aun cuando las promesas socialistas de Hugo Chávez se hayan convertido en la pesadilla de represión y miseria de Nicolás Maduro.
Esta obstinación por sacar el paraguas cuando llueve en Caracas contrasta con la trayectoria en política interna del PC chileno, un partido de más de un siglo de existencia, que ha sido parte de las instituciones democráticas, con senadores, diputados y ministros, y como integrante de cuatro gobiernos constitucionales.
Y que incomoda a un sector significativo del PC, especialmente a los más jóvenes, que entienden que este doble discurso, de democracia en casa y de apoyo a autócratas fracasados en el exterior, es insostenible.
“La historia ocurre dos veces: la primera vez como tragedia y la segunda como farsa”, decía Karl Marx. Sus discípulos chilenos le están dando la razón. Porque apoyar los crímenes de Stalin y Fidel era trágico, pero respaldar las fanfarronadas de payaso del torpe Maduro no es más que una triste y patética farsa.