Oscar Guillermo Garretón y finalización de contrato con Huachipato
Oscar Guillermo Garretón y término de contrato con Huachipato
Entristecer por Huachipato tiene sentido. Siento afinidad por esa región y también me duele. Pero no sirve de nada el desconsuelo impotente o las lamentos tardíos. Se sabía desde hace tiempo que sus altos hornos estaban en declive; y esa historia repetida una y otra vez, solo se resuelve con nuevos proyectos. Ellos representan lo necesario.
De las compañías que cotizaban en Wall Street a principios del siglo XX, solo una sigue en pie, el resto ya no existe. La era del salitre como el “sueldo de Chile” quedó en el pasado hace muchos años; lo que se salvó de esa industria se debe a la innovación de SQM, ahora socio de Codelco en el negocio del litio, un nuevo horizonte. Del carbón que enriqueció a Matías Cousiño solo quedan reminiscencias y nombres de calles. Poco o nada queda del industrialismo estatal de Pedro Aguirre Cerda. Durante el gobierno de la UP, las grandes empresas textiles eran símbolo de monopolios que debían ser trasladados al ámbito social; hoy en día pocos podrían mencionar alguna empresa textil nacional. Nombres como Jobs, Bezos o Musk eran completamente desconocidos hace tan solo 15 años, incluso menos.
Es comprensible aferrarse a la vida de personas y empresas cuando están en declive. Dejan un vacío en quienes sobreviven difícil de llenar. Pero cuando la esperanza de vida humana aumenta y la empresarial disminuye, prolongar el sufrimiento con medidas artificiales -ya sea apoyándolo en algo o en alguien- no tiene sentido ni siquiera para los que están en las últimas.
Somos seres de existencia fugaz. La esperanza de vida actual, alrededor de 80 años, es un parpadeo en el tiempo. El universo tiene unos 13.700 millones de años; la Tierra, 4.600 millones; y hace más de dos millones de años que aparecieron los primeros antepasados homínidos en África.
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Nuestra verdadera continuidad reside en la vida que creamos: hijos, conocimientos, valores, emprendimientos, obras. En anticiparnos a construir un legado para después de nuestra muerte; y cada vez más rápido, si hablamos de economía.
Este es el dilema que enfrentamos como país y no la muerte anunciada hace tiempo de Huachipato. Llevamos cerca de una década de estancamiento como nación. No estamos generando nuevas oportunidades. Además, vemos día a día el aborto de posibles iniciativas económicas, debido a trabas burocráticas o ideológicas. En el Biobío, han convivido junto a Huachipato, la violencia terrorista y delictiva, el desánimo y la destrucción de la industria forestal, proyectos estancados, retrasos en infraestructura que encarecen la logística nacional y congestión en los accesos a los puertos, leyes de pesca cambiantes, una educación pública que no prepara adecuadamente a las nuevas generaciones, una relación público-privada enfermiza, distante e incluso hostil.
Si hubiéramos continuado creciendo al ritmo de hace 10 o 12 años, habría decenas de miles de nuevos empleos listos para tomar el lugar de Huachipato. Nuestra principal preocupación no es la desaparición de esta empresa: duele, pero era esperada. El verdadero problema radica en la cancelación de proyectos que podrían haber surgido a continuación.
Por Óscar Guillermo Garretón, economista