Columna sobre el impacto del envejecimiento en las universidades chilenas
Reflexiones sobre la situación demográfica en las aulas universitarias
Visualicemos un país donde las aulas, una vez llenas de jóvenes estudiantes, comienzan a experimentar una disminución de matrícula significativa.
Lejos de ser una escena de ciencia ficción, las estadísticas revelan que en la última década el número de jóvenes chilenos entre 18 y 24 años ha descendido por debajo de los 1,8 millones, con una proyección de alcanzar 1,5 millones para el año 2050. Esta reducción plantea desafíos para las 58 instituciones de educación superior en Chile, que albergan a 814.262 alumnos de pregrado, en términos de mantener sus niveles de matrícula, su relevancia social y su estabilidad financiera.
Las universidades no pueden quedarse pasivas. Se ven obligadas a innovar y ajustar sus metodologías educativas. Una estrategia prometedora radica en ampliar la diversidad de la oferta académica, incorporando programas de postgrado más cortos y flexibles, microcredenciales y educación continua. Estos programas están diseñados para un público más maduro que busca equilibrar estudio, trabajo e incluso períodos de retiro.
El tradicional modelo de vida en tres etapas —educación, trabajo y jubilación— ha quedado obsoleto y resulta insostenible. La expectativa de vida actual implica que los ciudadanos chilenos actuales podrían trabajar durante medio siglo y disfrutar de un cuarto de siglo en su jubilación.
En un contexto de longevidad, la necesidad de formarse a lo largo de la vida se convierte en un requisito esencial para mantener la competitividad en un mercado laboral en constante transformación. La jubilación ya no representa el cese definitivo de la actividad laboral; para muchos individuos, marca el inicio de una etapa de continua formación y crecimiento, combinando estudios y trabajo de manera fluida.
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Además de diversificar su oferta académica, las universidades deben explorar otras estrategias de adaptación, como la integración de la inteligencia artificial (IA) como herramienta clave para personalizar el proceso de aprendizaje y optimizar la gestión, permitiendo así experiencias educativas más efectivas y adaptadas a las necesidades individuales de los estudiantes en distintas etapas de la vida.
La expansión de la educación en línea brinda oportunidades para ampliar el alcance geográfico de las universidades y atraer a estudiantes internacionales (lo cual requiere políticas migratorias más favorables para los estudiantes); asimismo, las asociaciones público-privadas enfocadas en proyectos educativos e investigativos representan una opción viable para mejorar la sustentabilidad y el impacto de las instituciones educativas.
La transformación del sistema educativo superior es inevitable y constituye una ocasión única para redefinir el panorama educativo de las próximas décadas.
De no tomarse medidas prontas, existe el riesgo de que nuestras universidades se conviertan en testigos mudos de un pasado que no supimos actualizar. Es momento de llenar las aulas no solo con alumnos de diferentes edades, sino también con ideas innovadoras que garanticen un futuro próspero para la educación en Chile.
Por Esteban Calvo, decano de Ciencias Sociales y Artes, y Nicolás Ocaranza, vicerrector académico, de la Universidad Mayor