La historia de Yasmani Acosta: un campeón con obstáculos difíciles de superar

La historia de Yasmani Acosta: un campeón con obstáculos difíciles de superar






La historia de Yasmani Acosta: un campeón con obstáculos difíciles de superar

El Inicio de una Nueva Vida

Yasmani Acosta asegurará una medalla en los Juegos Olímpicos de París 2024. Este martes competirá por el oro en la lucha grecorromana frente a Mijaín López. La conexión del deportista con Chile comenzó hace varios años, específicamente en 2015 cuando llegó al país como parte de la delegación cubana en el Panamericano y decidió quedarse.

Es la historia del luchador que en 2016, sin poder obtener su cédula de identidad, empezó a vislumbrar su camino hacia ser un campeón para otros.

Deserción y Primeros Pasos en Chile

El último mes en Cuba deseaba que el viaje se cancelara, nunca pisar suelo chileno, no tener la oportunidad de hacer lo que iba a hacer. Sentía, por primera vez, terror. Las semanas antes del campeonato, ya en Chile, se quedaba entrenando hasta tarde, simulando estar motivado, para que sus compañeros estuvieran dormidos cuando él se acostara y se pusiera a llorar. Esos últimos días, en abril, mientras Santiago organizaba las clasificatorias de lucha grecorromana para los Juegos Panamericanos de Toronto 2015, estuvo ausente: casi no hablaba y solo pensaba en su madre, sabiendo que no la vería en ocho años debido a su castigo. Le preocupaba que le ocurriera algo en su ausencia.

Además, había hecho lo que pocos desertores hacen: había competido y conseguido una medalla de bronce, un resultado inesperado para un campeón panamericano como él. Aunque perdió con un dominicano a quien había vencido en solo siete segundos unos meses antes, cumplió la misión para la que fue llevado: clasificar a Mijaín López, su mayor rival y amigo, campeón olímpico y mundial, a los juegos. Su rol en el equipo, durante una década como segundo luchador de Cuba en la categoría de 130 kilos, era ese: aunque no hubiera un tercer luchador mejor que él en el continente, él jugaba las clasificatorias, pero los torneos los disputaba López, considerado por muchos como el mejor de la historia. No había dinero para dos carreras de primer nivel. Después de esa pelea final, se cubrió la cara con una toalla, en una esquina del Centro de Alto Rendimiento, y lloró, no por la derrota, sino porque se acercaba lo que tantas veces había imaginado: helicópteros buscándolo, perros policía, él escondido en algún hueco de algún lugar.

Agazapado en la Noche

Y ahora estaba ahí, pasada la medianoche del día en que volaban de vuelta, intentando acomodar sus 1.94 metros y 130 kilos de músculo en un pequeño sillón del lobby del Hotel Fundador, en el centro, con un bolso con algo de ropa, sin dinero ni su pasaporte, que sus entrenadores mantenían por seguridad. Esperó, nervioso, a que la delegación colombiana terminara su check-out, y cerca de las dos de la mañana cruzó la puerta al resto de su vida. Caminó rápido hasta la esquina y se subió a una camioneta. Desapareció.

Una hora más tarde, Yasmani Acosta, de 26 años, medallista de oro en el Panamericano de Río Negro 2011 y gran promesa de la lucha mundial, estaba en una cama demasiado pequeña para él, mirando el techo de una de las pocas habitaciones desocupadas del motel Marín 014. Se sentía aterrado. Esperaba los perros y helicópteros, pero si no pasaba, esperaba que Chile, el país donde a partir del día siguiente sería un ilegal, lo nacionalizara para tener a su primer campeón.

Primeros Meses en Chile

Cuando la ciudad despertó, él seguía con los ojos abiertos.

Es la tarde de un lunes, y Yasmani Acosta está sentado afuera del Centro de Alto Rendimiento, en una banca que, como casi todo, le queda pequeña. Ha pasado el día haciendo trámites para obtener, a un año de su deserción, la cédula chilena. Los procesos son lentos: conseguir papeles de un régimen que lo considera un traidor, entender qué hacer con ellos, hacer colas interminables en el Registro Civil, sentirse observado por todos. Este es su primer entrenamiento en casi tres meses, desde que Andrés Ayub, el único luchador de su peso en Chile, se lesionó. En el camino, ha trabajado de guardia en fiestas en el hotel W y en Espacio Riesco, ha dado clases de lucha en un colegio de La Cisterna y, más que nada, ha esperado a que alguien de la federación le diga que puede competir por Chile. Pero la llamada no llega. Sus únicas opciones son que Cuba lo libere ante la federación internacional, o que Chile le otorgue la nacionalidad por gracia. Lo primero fue rechazado por Cuba. Lo segundo debe aprobarse como proyecto de ley en el Congreso, pero nunca un desertor cubano ha recibido tal trato, y parece improbable.

Mientras habla de estos temas, Yasmani ingresa al entrenamiento de la selección de lucha grecorromana, de la que no puede ser parte, y los luchadores lo reciben con entusiasmo. La mayoría dice lo mismo: que si el cubano Mijaín López es el Messi o el Bolt de la disciplina, Acosta es el siguiente en la fila. Aún les cuesta creer que esté allí con ellos. Aunque algunos tienen logros a nivel sudamericano, saben que de poco le sirve al cubano entrenar con ellos.

Un Futuro Prometedor y Dudas

Su pareja de entrenamiento, siempre el más alto y corpulento presente, hoy es Carlos García, un profesor de matemáticas 30 kilos más liviano que él, quien, después de la sesión, dirá que se sintió como un muñeco de goma. El cubano, estrella fugaz de un país de leyendas de la lucha, ha forcejeado con él durante más de una hora, desplazándose por el tapiz con movimientos fulgurantes, como si no supiera que pesa 130 kilos, una montaña de músculo capaz de girar, saltar y caer.

“Ojalá alguna autoridad entienda que estamos hablando de un atleta del nivel del Chino Ríos o Tomás González. No un atleta como nosotros, que podemos tener algún logro, pero somos de la media. Alguien de su nivel no existe en Chile”, dice el luchador Cristóbal Torres, medallista de bronce en Toronto 2015.

El Apoyo de la Comunidad Deportiva

El entrenador de la selección chilena, el cubano Néstor Almanza, otra leyenda de la lucha, dos veces campeón del mundo, lo observa desde un costado. Aunque partidario del régimen castrista, lo mira con afecto: en Cuba fue su entrenador desde los 13 años. Mientras el matemático García gira por los aires, Almanza dice, con tristeza, que Yasmani tenía las cualidades para ser el gran rival de Mijaín López, pero que lo subieron a ser su sparring demasiado joven, con 16 años, y luego lo dejaron abandonado.

—Es algo de lo que siempre se ha hablado en Cuba: que lo subieron antes de tiempo y no le siguieron explotando sus virtudes, que hoy estarían de tú a tú con Mijaín. Pero bien entrenado es un medallista mundial. Si se va a Estados Unidos, lo nacionalizarán, seguro.

La Fundación Luchador y las Esperanzas Olímpicas

Todos en el equipo coinciden. Después de que las gestiones con Cuba para obtener el permiso fracasaran y sus posibilidades se reducieran a la nacionalidad por gracia o esperar cinco años para obtenerla por la vía tradicional, los demás luchadores crearon la Fundación Luchador, con el objetivo de gestionar su inclusión en el Team Chile. Aunque nunca ha competido en unos Juegos Olímpicos por vivir a la sombra del mejor del planeta, todos consideran que sería una apuesta segura para obtener la primera medalla olímpica en la historia de la lucha chilena. Y temen, como Almanza, que el país pierda esa oportunidad de oro.

El Rival y Amigo: Mijaín López

Al costado de la cancha, Cristóbal Torres, medallista de bronce en Toronto en la categoría 59 kilos, el mejor luchador chileno junto a Andrés Ayub, también observa a Yasmani entrenar. Dice que en las últimas semanas lo han llamado luchadores de Venezuela y Brasil, preocupados de si Chile nacionalizará a la bestia cubana.

—Nadie quiere que lo hagamos, le tienen miedo. Ojalá alguna autoridad entienda que estamos hablando de un atleta del nivel del Chino Ríos, de Tomás González. No un atleta como nosotros, que podemos tener algún logro, pero somos de la media. Alguien de su nivel no existe en Chile.

Reflexiones Finales y Futuro Incierto

Terminado el entrenamiento, Acosta dirá que pensó que todo iba a ser distinto, y que tiene miedo de haber enterrado su carrera deportiva. En noviembre, el Comité Olímpico lo llevará a un abierto en Brasil a participar en nombre de un club chileno, Spartacus. Él cree, o quiere creer, que si en esa competencia vence a todos sus rivales sin que le marquen un solo punto, tal vez haga el ruido necesario para conseguir la oportunidad de ser chileno.

—Necesito demostrar mi nivel, y voy a salir a ganar por superioridad técnica, sin que nadie me toque —dice—. Yo puedo ayudar a Chile, pero necesito la nacionalidad. Solo quiero una oportunidad. El resto corre por mi cuenta.

El Camino a la Nacionalidad

Desde 1990, 66 personas han recibido la nacionalidad por gracia en Chile, la gran mayoría sacerdotes. El tenimesista japonés Yutaka Matsubara, cuyos padres viven en el país hace dos décadas, logró en 2014 ser el primer deportista en conseguirla, y hoy es una de las figuras del Team Chile. Pero en el Comité Olímpico nadie tiene muy claro que vaya a haber un segundo caso.

El Apoyo Chileno en la Vida de Acosta

En la historia de Yasmani Acosta hay un punto en que todos están de acuerdo: de no haber tenido la mala fortuna de coincidir con Mijaín López, un luchador portentoso que ha ganado mundiales sin apenas entrenar, no habría demorado en conocer la gloria. Pero cuando a los 16 años lo citaron a la selección adulta porque nadie se atrevía a entrenar con López, su futuro quedó sellado. No podía saberlo: en los años 90, la década dorada de la lucha cubana, cuando los isleños al fin empezaron a vencer a las ex potencias soviéticas, el actual entrenador de Chile, Néstor Almanza, y Filiberto Azcuy se distribuían todos los campeonatos y competían entre ellos por ser el mejor. Pero con el derrumbe económico del régimen castrista ya no habría dinero para más que uno.

Acosta había crecido correteando entre los naranjos de Agramonte, un pueblo de cinco kilómetros cuadrados que nunca había dado un luchador famoso. Pero él parecía nacido para serlo: todos le decían “Hulk”, con nueve años parecía de 15, y los profesores de lucha no tardaron en invitarlo a jugar a sus gimnasios. Su madre, que lo había criado sola luego de que su padre se fuera a España, se negaba, pero él quería ser una estrella.

La Dura Realidad Cubana

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Progresó rápido: antes de cumplir los 13 ya había ganado sus primeros provinciales, y pese a la poca preparación que podía tener en su pueblo, en el campeonato nacional salió cuarto. Entonces llegó la convocatoria a la selección juvenil en La Habana, la mudanza, los entrenamientos por las noches para que los otros muchachos comenzaran a respetarlo, y la obsesión, por primera vez, por ser el mejor.

—Hay que entender que en Cuba no es como aquí. Allá lo único que vale es el oro: la plata y el bronce no son bien mirados. Y si tienes el oro, entonces lo que vale es ganar por una superioridad aplastante, demostrar que nadie puede ni tocarte. Esa es la mentalidad. De eso se trata.

Los Primeros Encuentros con Mijaín

Cuando con 16 años lo convocaron a la selección adulta, Mijaín López, siete años mayor, ya empezaba a ser un mito. Ningún luchador quería ser su pareja, porque era demasiado duro entrenar contra él. Esa primera mañana, cuando temeroso entró al círculo para enfrentarlo por primera vez, pasó algo inesperado: en el primer intento de López por meterle los brazos, el juvenil se los empujó hacia abajo, giró, y lo hizo volar por los aires. Lo que en lucha llaman un “sacrificio”. Los demás luchadores gritaron. López se paró, lo agarró y lo levantó del suelo, furioso. El entrenador le gritó que lo soltara, que era un niño.

Esa fue la única vez, en los ocho años que entrenó a diario con él, que pudo vencer a Mijaín López. Se hicieron amigos, pero hasta su última pelea antes de desertar, le seguía diciendo lo mismo: que no lo volvería a pillar desprevenido. Con el tiempo, la distancia aumentó. Acosta era cada vez más fuerte, pero sin rodaje internacional no tenía la experiencia para vencerlo. En cinco campeonatos nacionales llegaron ambos a la final, y él siempre se quedó con la plata. A pesar de que arrasaba con sus rivales en América, tenía pocas oportunidades de enfrentar a rusos, iraníes o armenios, las otras grandes potencias de la disciplina.

La Lucha Constante

Tuvo otra oportunidad en 2011, cuando entrenando, involuntariamente, lesionó de los dos codos a Mijaín López. El año anterior ya había ido a la Copa del Mundo de Armenia, pero se había desgarrado poco antes por entrenar demasiado para vencer a López, y había sufrido para obtener el cuarto lugar. Esta vez, en Bielorrusia, el turco Riza Kayaalp, el único que ha logrado vencer a López y actual campeón del mundo, fue demasiado rival.

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Luego de ese campeonato empezó su declive. Desmotivado, empezó a faltar a los entrenamientos, y se quedaba encerrado en su casa para que nadie lo viera. Aunque lo asustaba, empezó a pensar en dejar el país.

Cuando Mijaín López le dijo, a fines de 2014, que el que ganara el torneo nacional obtendría el cupo para las clasificatorias de Chile, le costó contener la excitación. Era la gran oportunidad que estaba esperando. Entonces resurgió el monstruo que había sido: entrenando con Mijaín en la semana y en su pueblo los fines de semana, corriendo encapuchado por sus cinco kilómetros cuadrados y luchando entre los naranjales, se preparó como nunca para ganar el torneo. Nadie fue capaz de ganarle un punto.

Nuevos Desafíos y Esperanzas

Después de ganar el bronce en Chile, fugarse y pasar la primera noche de su nueva vida en un motel, Yasmani Acosta pasó un tiempo en una pieza compartida, y finalmente el luchador Andrés Ayub lo instaló en su departamento. También le dio su ropa y lo ayudó a pasar los primeros meses. Luego los luchadores Alejandro Burgos y Cristóbal Torres le ofrecieron trabajar en Seguridad Olímpica, la empresa de seguridad en fiestas que mantiene a buena parte de los luchadores chilenos. En la calle le han ofrecido ser stripper, pero nunca lo haría.

Dice que le cuesta adaptarse a la sociedad chilena. Que no entiende cómo funcionan los bancos, las isapres, ni las instituciones, pero que está intentando. Que uno de los golpes más dolorosos que tuvo fue la negativa de Cuba a dejarlo competir por Chile. Aunque había visto cómo les habían dicho que no a otros desertores, pensó que con él harían una excepción.

—Yo ayudé a mi equipo muchísimo —dice, y por primera vez parece frágil—. Nadie quería entrenar con Mijaín, nadie. Yo ayudé en todo lo que pude. Y antes de irme competí y lo dejé clasificado a los juegos. Pensé que iban a hacer una excepción conmigo.

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Sus posibilidades actuales se reducen a la nacionalidad por gracia, esperar cinco años para tenerla por vía tradicional, o irse del país. Manuel Espinoza, presidente de la federación chilena, cree que la única posibilidad es esperar esos cinco años y mantenerlo compitiendo por clubes. Pero Acosta dice que aunque quiere vivir y luchar por Chile, no va a perder su carrera. Antes de eso, tal vez pruebe en Estados Unidos, que hace poco nacionalizó a un luchador armenio, o donde se le abran las puertas.

Ya es medianoche, y el gigante Yasmani Acosta abre un cajón de una cómoda, en el departamento en Santa Lucía que comparte con otras tres personas, y saca un pequeño papel, timbrado por la Secretaría General de la Presidencia. Es el recibo que le dieron hace una semana, cuando fue a La Moneda a entregarle una carta a la presidenta, explicándole quién era él, y por qué le pedía

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